Aportes de nuestros talleristas

Las palabras

 

Dejar que nazcan después de haberlas conocido, no como ráfagas ni estallidos.

Como lámparas.

Dejar que aniden en lo profundo aquéllas de la infancia que evocan la ternura del mundo.

No las olvides, hombre sin memoria.

Susurrarlas.

 

Que crezcan y recorran el cuerpo gris en los momentos de silencios apagados.

Dejar que se peguen en las paredes que avisan, reclaman, denuncian.

Son alertas que no distraen ni sofocan.

Son la voz de los invisibles que perdura.

Liberarlas.

 

Dejar que se nutran, vigorosas, en ese ir y venir con otros.

Como un alimento. Vital. Necesario.

Hacer que encuentren el placer de pronunciarse en el oido encendido de los amantes.

Y aunque el ojo no despierte, la piel entenderá de qué le hablan.

Dan plenitud al silencio elegido, como una cábala, sin el oprobio de la sumisión o la caída.

Saben guardarse en la paz de las conciencias sin repetirse, apenas esbozadas, pero se hastían entre lágrimas con la lástima, el desamor, la traición y la venganza.

 

Negros huecos para el alma.

Dejar que fluyan, como ríos puros, sin contaminarlas.

Hombre, no modifiques a las del poeta, las que ya fueron dichas .

 

No interpongas nada ni le agregues estética vacía

a la verdad que se revela en la figura clara.

Algo dicen siempre.

Humanizarlas.

 

Amar lo que nos constituye y declara.

Van más allá de la muerte.

Las palabras...

 

Virginia Murray

Diciembre 2022